4.10.07

A por ella....

Yo sólo me escondo en la esquinita, donde hay un asiento y ahí me quedo, viendo hacia la nada y esperando, a ciencia cierta ya no se que, lo que se tiene que esperar. Miro a un punto, cualquiera, y escucho lo que los demás me cuentan. La verdad no escucho nada, hago como que escucho y de vez en cuando asiento o hago un gesto de desapruebo, sólo para hacer creer a los demás que pongo atención, pero lo cierto es que no. No sé como llegamos hasta aquí, sólo vuelvo a ver el mensaje en el celular que decía que me comunicará, que era urgente.

De vez en vez sale un médico y anuncia como está la situación “del paciente”. Me molesta que le llamen así, me choca la indiferencia con la que le llaman. Si la conocieran si darían cuenta que no es “la paciente de la cama tal” sino que era la que nos dio posada cuando llegamos tratando de poner en orden las cosas, la que se hizo cargo de mi, la que me enseño tantas formas de preparar un mismo guiso, la que me llevaba a “la plaza” y me compraba lo que yo quisiera, la que me hacía pararme en la mañana de domingo a ir a escuchar al padre…

Recuerdo la primera vez que le sucedió y la misma alarma entre todos, la preocupación, las lágrimas. Y claro, las primeras semanas todo mundo era enfermero, nutriólogo, médico, psicólogo… luego fueron pasando las semanas y como todo, todos regresaron a ser abogados, maestros, arquitectos, contadores. Y ella volvió a ser la misma, su mamá y ya.

Me escondo más en la esquinita y trato de pensar en algo que me olvide un poco de la situación. Enjugo mis lágrimas y trato de agacharme para que nadie las note, la verdad ni son tantas y eso me da mucho coraje. No puedo evitar el soltar una sonrisa socarrona y pensar que ni siquiera soy capaz de sentir lo suficiente y ver la situación, pa pinches dos lágrimas cabrón, me digo y repito inconscientemente….

Lo más difícil es cuando avisan que dos personas pueden pasar a verla, “pero na más que no la hagan exaltarse, sigue sin poder hablar y eso le molesta”. Pues claro, suelo echarle una mirada de compasión por haber dicho algo totalmente estúpido al doctor (no estudié medicina pero tengo algo que se llama S-E-N-T-I-D-O C-O-M-Ú-N). Y entonces, como si fuéramos políticos y se pusiera en juego la aceptación de una ley, empezamos a forcejear, a ceder, a negar, se hacen pactos que se rompen a los tres minutos, se negocia...todos por igual, nietos, hijos, bisnietos. Claro los hijos llevan delantera, siempre pueden exigir su derecho de antigüedad y ni como imputar eso.

El pasillo que lleva a su cuarto es laaaaaargo y solitario. Desde hace cuatro días sólo he pasado por ese camino dos veces, por los pactos y porque he sabido negociar bien, pero no me agrada en lo absoluto. El olor es nauseabundo, trato casi de trotar cuando paso por ahí y nunca, pero nunca, volteo a ver ningún cuarto. Mi mirada se mantiene estoica hacia al frente, pase lo que pase, escuche lo que escuche o vea pasar correr a una enfermera, no voltearé. Es un mandamiento que he acatado y llevado a extremos.

Después llega el elevador, porque en el cuarto piso es donde se encuentra. Es aquí donde siempre suelo recordar las historias que me contaba, de cómo había conocido a mi abuelo, de sus peripecias para llegar a México, de cuando vivieron en el jardín de niños. Y ese momento me relaja, pero después viene lo peor. Cuando abres la puerta uno debe jugar otro rol, se finge que no ha pasado nada. Pueden venir en un mar de lágrimas pero al traspasar el umbral, se cambia totalmente la actitud, como payasos en circo pienso, y uno intenta hacer ver que nada ha pasado.

Pero en mi caso no es posible. Mis ojos se me arrasan y aunque no puedo llorar sólo me le quedo viendo y le tomó su mano. La misma mano que alguna vez me cubrió y ahora está toda picoteada, llena de sueros intravenosos y soluciones al tanto por ciento. Veo sus brazos y me doy cuenta que tiene moretones y volteo con gesto reprobatorio a la enfermera, ella enseguida se disculpa conmigo, como sabiendo que iba a suceder, y me explica que como no le gusta estar ahí suele quitárselos y eso la lastima.

Cuando nos ve sus ojitos le cambian, tiene la mirada triste y entonces cuando alguien conocido la visita, no sabemos si reconoce pero lo queremos creer, trata de hablar y todo mundo la intenta callar. ¡Carajo, déjala. Que no ves que hasta hace un pinche año era autosuficiente !, la última vez le grité a mi tía y ella al ver mi reacción sólo acepto e intento entenderle. Después me avergoncé con mi reacción, pero qué se le va hacer… qué pitos se le hace…

En alguna fiesta familiar me dijo que le gustaba My Way..así que ésta va a por ella….

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