19.2.09

Pensé que eran cieguitos


...Que alguien me diga si ha visto a mi hijo
es estudiante de medicina
se llama Agustín y es un buen muchacho
es a veces terco cuando opina...
-Desaparaciones. Los Fabulosos Cadillacs-
- A ti, negro querido....NUNCA MÁS-

Nunca supe bien su verdadero nombre, bah no el verdadero sino el original. Yo acababa de llegar a una tierra desconocida para mí y no comprendía lo que llegó a pasar acá en un momento. Él vivía entre una zona de clase media y una zona de alto nivel económico. Los fines de semana visitaba a su “familia”, bueno a una de ellas, y ahí lo llamaban “Lauti”, la abuela Pecciotti le decía su “nene” (en el típico acento argento) y se desvivía por él. Decía que era igualito a Facu, “el Pelado”, su padre. Durante la semana vivía en una zona “cheta”, y ahí no se como le decían ni a quien se parecía, sólo se que ahí lo habían criado y le habían creado una vida, ficticia hasta hacía unos años, al mas puro estilo americano.

Yo llegué por pura casualidad, buscando un techo, comidas y un baño con agua caliente y si todo lo anterior podría ser por un precio barato, mejor aún. Llegué un viernes, con el aviso de renta de un cuarto entre las manitos, mientras comían y la abuela se me quedo viendo desconfiadamente. Nunca acepto a extranjeros, me dijo, no son de fiar, pero vos parecés buen pibe. Anda y descansa. Nunca pensé intimar con nadie, yo sólo quería buscar un techo propio y crear mi historia en esta tierra.

Los siguientes días intenté buscar un departamento, monoambiente como acá le dicen, pero no tenía ni la menor idea de cómo empezar y fue que tuve que acudir a la abuela en su ayuda. Ella sonrió y mientras tomaba un mate, bebida extraña para mi en ese momento, dijo “Y Lauti podría ashudarte, él conoce mejor la ciudad que sho”. Le llamó y en un rápido argentino le dijo lo que necesitaba. Él simplemente subió los hombros y dijo que lo haría, me dio la mano y me dijo que en la tarde empezaríamos la búsqueda.

Era raro, para mi idiosincrasia, pero si me ponía a reflexionar toda esta sociedad me resultaba repelente, aunque teníamos el mismo lenguaje no las mismas costumbres. Intenté por todos los medios hacerme de su confianza, “cortar el hielo”, pero nada funciono, sólo respuestas cortas y escuetas recibía de su parte. Que si las bromas, que si la comida, a todo recibía un gesto de indiferencia y un mohín que decía aaa mirá vos.

Esos días fueron muy largos. El domingo se notaba desesperado y me dijo que pararíamos en un bar. Fue cuándo hizo su primer pregunta “y vos ¿hinchás por algún equipo?” Dije que sí, y ahí me confesó algo. Él tenía un grave problema; Facu, así le llamaba él, hinchaba por la Academia, pero su papá hinchaba por River. Yo, no sabiendo que significaba todo ese discurso hice una cara de estupidez, que notó, se volteó y volvió a callarse durante todo el partido.

El lunes cuando desperté no lo encontré en casa. La abuela, con una cara que denotaba tristeza y amargura, me dijo que se había ido. Que no regresaría hasta el siguiente viernes, por la tarde. No me atreví a inquirir más, recordé que suele ser de mala educación y que no estaba en mi sociedad, en mi mundo. Continué con mi búsqueda por los diferentes barrios porteños, con buenos dividendos.

Por la mitad de semana, regresé en la tarde-noche y la encontré con su mate, en el pequeño patio, cerquita del quincho, en su mecedora. En ese momento ya había un poco de confianza. Me quedé a conversar con ella, debido a la excitación de conocer nuevas cosas y que la búsqueda de mi vivienda iba bien. Simplemente observaba, me ofrecía el mate y seguía se mecer. Yo, hablaba y hablaba. Hasta que dijo algo “sabés, sos de la edad de mi nieto, podrías salir con él a los boliches” y continúo su mecer.

La abuela no me lo dijo, ni mucho menos Lauti. No, lo supe por las vecinitas y personas que solían vivir en el barrio. Solía ir al quiosco a comprar el diario y ahí fue dónde lo supe. El pelado estaba casado con Agustina, un mina relinda según me cuentan, y los dos eran jóvenes. Acababan de terminar su carrera, nunca supe de qué, y un día sin más, fueron a la casa de la abuela unos tipos de traje en un ford y se llevaron a los dos sin que nadie pudiera y quisiese hacer algo. No eran tiempos para eso, me decían.

Pasó un día y luego otro y una semana y seis meses y 3 años y la abuela y el abuelo, que en ese tiempo seguía vivo, iban y venían. Buscaron por todo el conurbano, en todas las comisarías porteñas, bueno hasta en el interior, porque le habían dicho que tenían a Agustina ahí, embarazada. Eso fue lo último que supieron. La casa y la familia dejaron de ser lo que eran, a los pocos años el abuelo murió, dicen que de tristeza, aunque los médicos dijeron que fue un paro respiratorio, pero nadie en el barrio se lo creía. La abuela, por su parte seguía yendo a desgarrarse, a luchar por encontrar a sus “desaparecidos”, a gritar en silencio, a intentar algo que sabían era improbable, encontrarlos con vida. Pero ella permanecía estoica en aquella plaza, intentando robarle al tiempo un segundo y mantener sus esperanzas vivas.

Luego, pasó mucho tiempo, el hermano de Facundo creció, se casó y tuvo familia. Visitaban a la abuela, pero está tenía ya un dejo de tristeza, no era lo mismo, decía el viejo del quiosco. No, nunca lo fue. Pero un día, un día algo pasó. Le avisaron a la abuela que habían encontrado al que podría ser su nieto. Dicen que ella no cabía de la emoción, que volvió a poner una recámara para cuando regresara.

Pero en la vida real no pasan los milagros que en los cuentos. Cuentan que Lauti no aceptó de inicio la paternidad, ni mucho menos la familia acomodada y relacionada con la milicia, y que para lograr esto tuvieron que pasar muchos sinsabores. Hasta que un día, un viernes del invierno porteño Lauti tocó la puerta de la casa y se quedó ahí por el fin de semana, y así ha sucedido hasta ahora.

Después de lo que me contó el viejo no supe que decir, nunca le dije nada a la abuela, ni a Lauti. Lo volví a ver dos fines de semana, y claro que intimé mucho más con él, hasta que partí de ahí y me dio su número de celular. Salimos un par de veces y me hizo descubrir la vida porteña de noche, pero de su historia nunca hablamos, ni nunca me invitó a su casa. De la abuela, fui a tomar mates con ella un par de veces y siempre que salía de su casa y tomaba el bundi tenía una sensación de querer abrazarla y decirle que lo sentía, que no sabía que era vivir eso, pero que de verdad lo sentía.